Reflexiones al borde del camino

Vida eterna

Por 21/10/2017diciembre 23rd, 20236 Comentarios

Podemos reírnos de este concepto de la «vida eterna» o, tal vez con una sonrisa displicente, pensar que se engañan quienes dicen consolarse con la idea de que existe una vida más allá de la muerte. Podemos pensar que la vida que aquí vemos y palpamos, sufrimos o disfrutamos, es todo lo que hay. Sin más. Que somos una especie más entre todas tras el recorrido evolutivo pero, al fin y a la postre, a pesar de esa «pequeña diferencia» llamada inteligencia, destinada a ser polvo al final. Que, una vez más, esto es todo lo que hay. Que nadie ha venido del más allá para contarnos lo que hay. Que vivimos … nos morimos y punto final.

Hay otro camino. El que nos muestran los históricos documentos que son los evangelios. Nos hablan de aquél carpintero de Nazaret, que enseñaba que «el que creía en Él podría tener vida eterna» (). Es más: Él mismo recordaba que había venido al mundo para que las personas tuvieran vida y vida en abundancia (). Nos enseñó que hay un más allá del que Él había venido por amor a cada cual, con el deseo expreso de salvarnos. Las evidencias indirectas pero que han de tomarse muy en serio, apuntan a que Él resucitó. Su tumba vacía es un hecho histórico. La explicación más coherente ante el hecho, es que vive. Cualquiera que conozca el sufrimiento que se daba a un reo de muerte como fue Jesús, sabe que murió realmente, por lo que no se trata de un síncope del que fuera capaz de recuperarse. Que no se trata de que los discípulos robaran el cuerpo, porque ellos, incrédulos, no tenían la capacidad ni el supuesto valor de robar el cuerpo muerto de Cristo para inventar el cristianismo, dando su vida posteriormente por algo que sabrían es mentira. Que muchos testigos (centenares) dijeron haberlo visto vivo tras su muerte en contextos donde se descartan las alucinaciones colectivas. Es decir: que Cristo mismo fue quien ha venido del más allá a confirmar que hay vida después de la muerte. Que todo no se acaba aquí. Que hay esperanza si creemos en Él. Que podemos hacer caso de aquel consejo que Pablo, anciano y preso por Su causa, le recordaba al joven Timoteo: «…echa mano de la vida eterna…» ().

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