Podemos pensar que no necesitamos de nada ni de nadie en términos de salvación. Levantar un muro de sospecha ante aquellos que nos dicen que nos salvarán de esto o de lo otro y probablemente haremos bien, porque la historia humana suele jalonarse de explotaciones y abusos mutuos.

Hay otro camino al considerar a Jesús de Nazaret y responder honestamente ante el contenido de esa impresionante carta abierta de Dios a la humanidad que es la Biblia. Fiable históricamente, coherente hasta al punto de sorprender la unicidad temática de más de cuarenta autores a lo largo de más de quince siglos, nos habla en un lenguaje vigente en los albores del siglo XXI. Y nos recuerda que el ser humano puede ser rescatado, salvado de sus propios errores y pecados de consecuencias eternas, y nos muestra un diagnóstico que, de entrada, no es agradable: «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» () y «la paga del pecado es muerte, mas el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» () pero nos recuerda que el Dios de la Biblia es un Dios personal que nos ama: «porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» () y que ofrece perdón: «Si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» () si reconocemos el valor que tiene la muerte de Cristo en la cruz, como un sacrificio expiatorio en nuestro lugar: «todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino, mas Yavé cargó en él el pecado de todos nosotros» () es posible ser salvo «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo» ().

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