Imagina saber que estas a punto de morir. Sabes qué va a pasar. Quieres decir cosas importantes, pero los que te rodean no parecen entenderte.
Hoy recordamos la última cena de Jesús con sus discípulos y sus horas en Getsemaní.
La realidad es que Jesús era un amigo como ninguno. Pero no era solo un amigo, era su guía espiritual, el Mesías, el que les estaba mostrando el camino al Padre, su Maestro.
Aquella noche él era consciente de que iba a tener que entregarse, y que no iba a ser fácil pasar por ese trago amargo.
Con amor preparó la última cena con sus amigos más cercanos. Cuando todos estaban reunidos “les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!”1
En las últimas horas antes de ser arrestado Jesús les enseñó con el ejemplo de servicio, como ya les había dicho antes: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”2
Además, instituyó el recuerdo de su entrega con los símbolos del pan y el vino, como su cuerpo y su sangre. La importancia del acto de su entrega y recordarlo nos ayuda a poner en perspectiva la vida y también a ser conscientes del alto precio que costó el poder reconciliarnos con Dios, a pesar de que para nosotros sea un regalo.
Nos ayuda a RECORDAR. Es solo un símbolo, sin poder en sí mismo), pero con capacidad de llevarnos de vuelta a su obra perfecta y redentora, con la que consiguió nuestra libertad con el precio de su propia vida.
En Getsemaní es el lugar donde el Hijo de Dios sufrió la lucha de saber a lo que venía y acudir a su Padre en busca de consuelo y descanso.
Quizá haya momentos en los que pienses que Dios no sabe por lo que estás pasando o creas que no te comprende. El mismo Hijo de Dios sufrió y murió para poder estar contigo en medio del dolor, darte consuelo y recordarte que te ama; porque su amor no fue expresado con palabras solamente, o con hechos distantes, sino con el precio más alto: la propia vida de su Hijo.
1 Lucas 22:15
2 Marcos 10:45