El interesante lema que el presidente Obama usó en su campaña presidencial, «Yes, we can» («Sí, nosotros podemos»), generó en quienes le votaron todo un flujo de ilusiones y esperanzas que trascendieron con mucho las fronteras estadounidenses. Como señalaron algunos medios, de la noche a la mañana, un desconocido político de Chicago se había convertido en presidente de Estados Unidos, premio Nobel de la Paz y mito internacional. Para muchos, el panorama interno en EE.UU. iba a cambiar, con mejoras sociales indiscutibles para ellos y fuera del país, el papel de Obama sería prometedor generando un nuevo clima mundial de entendimiento. Sin embargo, una vez dentro, muchas son las riendas ocultas que tiran siempre del poder en todas direcciones y no es tan fácil dirigir el carro y además, hace unas semanas, tuvo lugar ante los ojos de todo el mundo la debacle del presidente estadounidense al perder el control de la Cámara de Representantes de ese país. Ahora todo su planteamiento tendrá que cambiar. Aquellos que depositaron su esperanza en el hombre se han visto frustrados… una vez más.
¿«Yes, we can»? Pues no exactamente. A lo largo de los siglos, Dios quiere que su pueblo aprenda la necesaria lección de la dependencia de Él y de Su gracia. Nuestras esperanzas verdaderas han de estar puestas en Dios y no en el hombre. Entre muchas exhortaciones al respecto, recordemos el momento histórico en el que el imperio babilónico era el hegemónico y avanzaba conquistando a diestra y siniestra y el pueblo de Dios en Judá palpaba su debilidad ante dicha amenaza. Una y otra vez recurrían a buscar su propia estrategia: apoyarse en el hombre a través de diferentes alianzas con el Egipto de los faraones y con otros, en vez de confiar en Dios. El profeta habló de parte del Señor a ellos y también a nosotros: «…maldito el varón que confía en el hombre …y su corazón se aparta de Yahveh» ().
Es cierto que Dios, por su gracia, ha querido contar con nosotros como colaboradores en Su Obra, de modo que hay lugar para el esfuerzo y para hacer cosas. Los jardines están en su esplendor cuando, a la belleza de la sinfonía de colores con que Dios ha dotado a flores y plantas, se suma un jardinero que las cuida con diligencia. Pero tengamos claro que nuestra competencia para el ministerio viene de Dios. Es de Él de quien recibimos fuerzas, proyectos y esperanzas fundadas. Su gracia es la que nos enseña, nos capacita, nos ayuda a trabajar. «…no yo, sino la gracia de Dios en mí» decía Pablo (). Por eso nos quedamos con la exhortación que el profeta hacía a continuación de la mencionada: «bendito el varón que confía en Yahveh» ()
(En prensa para la revista Edificación Cristiana)
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