El Evangelio es Cristológico; este es Cristo-centrado. El evangelio no es un suave teísmo. Mucho menos un impersonal panteísmo. El evangelio es irrevocablemente Cristo-centrado. El punto es poderosamente articulado en cada libro del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en el evangelio de Marcos, Cristo mismo es Emanuel, Dios con nosotros; él es el largamente prometido rey Davídico quien traería el reino de Dios. Por su muerte y resurrección él llega a ser el monarca mediador quien insiste que toda la autoridad en el cielo y tierra es solo suya.
En Juan, sólo Jesús es el camino, la verdad, y la vida: nadie viene al Padre sino sólo a través de él, porque este es el intento solemne del Padre que todos deben honrar al Hijo así como honran al Padre. En los sermones reportados en Hechos, no hay otro nombre sino Jesús dado bajo el cielo por el cual somos salvos. En Romanos y Gálatas y Efesios, Jesús es el último Adán, aquel por quien la ley y los profetas dan testimonio, aquel por quien el propio designio de Dios designó como propiciación de la ira de Dios y reconcilia a Judíos y Gentiles con su Padre celestial y por tanto también unos con otros. En la gran visión de Apocalipsis 4-5, el Hijo solo, que emerge del gran trono del Dios Altísimo, es al mismo tiempo el león y el cordero, y el sólo es calificado para abrir los sellos del rollo que estaba en la mano derecha de Dios, y por tanto llevar todos los propósitos del Dios incomparable para juicio y bendición. Por todo esto, el evangelio es Cristológico. John Stott está en lo correcto: “El evangelio no es predicado si Cristo no es predicado.”
Pero esta postura cristológica no se enfoca exclusivamente en la persona de Cristo; esta abraza con igual fervor su muerte y resurrección. Como un asunto de primera importancia, Pablo escribe, “Cristo murió por nuestros pecados” (15.3). Más temprano en esta carta, Pablo no le dice a sus lectores, “Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo”; en lugar de eso, él dice, “Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado.” (1 Cor. 2.2). Sin embargo, Pablo aquí relaciona la muerte de Jesús con su resurrección, como la aclara en el resto del capítulo. Este es el evangelio de Cristo crucificado y resucitado.
En otras palabras, no es suficiente una salpicadura de Navidad, y una pizca de Viernes santo y de Domingo de Resurrección. Cuando insistimos como asunto de primera importancia que el evangelio es Cristológico, no estamos pensando de Cristo como un agregado o simplemente como un ayudador, tal como lo hace un buen agente de seguros. El evangelio es Cristológico en un sentido más profundo: Jesús es el Mesías prometido que murió y se levanto otra vez de entre los muertos.