“Si estás cansado, sin fuerzas, no tires la toalla. No te rindas. La ayuda está aquí. Tal vez no llegue de la manera que pediste ni tan rápido como quisieras, pero llegará. Da por sentado que algo bueno pasará. El cerrojo de la puerta al mañana está abierto desde dentro. Dale la vuelta al picaporte y sal. Pon un pie delante del otro y ¡adelante!. Empieza la marcha fijando tu brújula en la estrella polar de la promesa De Dios en Cristo” (M. Lucado)
Recordaba estos días que la estrella polar, en el hemisferio norte, no es ni la más brillante ni la más bonita, ni se ve fácilmente a simple vista. Pero es la única estrella que no se mueve a lo largo de la noche, siendo, durante siglos, el referente para todos aquellos que se desplazaban por tierra o por mar y necesitaban orientarse.
Y pensaba en las luces de la Navidad (este año en mayor cantidad y puestas antes que otros años, quizás en un intento de animar por todo lo que está aconteciendo). Son luces llamativas, que iluminan las calles y los hogares, mostrando la capacidad creativa del ser humano diseñado por Dios. Sin embargo, Él, el único que siempre estará ahí, sin moverse, orientando nuestros pasos, decidió, desde su nacimiento que en estas fechas conmemoramos, no atraer nuestra atención por el lujo, la belleza física o lo que era religiosamente correcto.
Quiere que nos enfoquemos más allá de nuestra realidad hoy, sea alegre o llena de tristeza. Porque hemos de mirar por encima de lo que ven nuestros ojos para acceder a la auténtica Luz que resplandece en medio de las tinieblas…
“Aquella luz verdadera, que ilumina a todo hombre, venía a este mundo” (Jn.1:9)